Crónicas Perrunas 2


Mi historia con los perros viene de largo, y esa historia quizá sea lo que motive mi comportamiento para con los perros. Cuando tenía seis años, teníamos un perro, un precioso pequeño perro blanco, suave, dulce, y alegre. Correteaba despreocupado por casa, y celebre junto a él uno de mis cumpleaños, en esas tempranas edades en los que un cumpleaños era algo colosal. Un día, estando de visita en el pueblo, con mis abuelos, andaba jugueteando como solía hacer, suelto, y debió comerse algo muy malo, una planta venenosa, o un tipo de sustancia tóxica, que lo llevó a vomitar sangre y morir. El veterinario no pudo hacer nada. El pobre perro sólo tenía nueve meses y su vida terminó. Mi compañero de juegos, cachorro como yo, cada uno de su especie, terminó su vida porque no habíamos sido cuidadosos, nos confiamos y no lo protegimos. Una existencia que acabó injustamente demasiado pronto, sembrando de tristeza su alrededor.

Quizá por eso, a los perros de los que me ocupé en lo sucesivo, los controlé de muy cerca y con toda la atención posible. Que coge con la boca y para que, que huele, como está el terreno en el que nos encontramos, si hay objetos peligrosos cerca, las actitudes de los perros que se le acercan. El precio es soltarlo pocas veces para que desfogue, pero quiero mantenerlo a salvo de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, hasta que de modo inevitable le llegue por consecuencia natural en su vejez, que yo le procuraré cómoda y dulce, como el ha hace durante toda su vida. Puede que a muchas personas les parezca un comportamiento inadecuado, pero el perro que me acompaña en el vivir es eso, mi compañero, y no deseo que sufra daño si está en mi mano evitarlo. Ya se me puede decir lo que sea, que me va a dar igual, a mi perro lo quiero mantener a salvo de cuantos males pueda.

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