Crónicas perrunas 1


Los perros son muy monos, aún más los cachorros, aunque no son muñecos. Tener en casa un perro supone dedicarle tiempo y atención durante toda la vida, pero en especial en su, digamos, infancia perruna. Prepárate para pelos, babas, mordiscos, arañazos, orina, mierda, y algún vómito. No es por desanimar, tan solo es parte del proceso de tener un perro desde pequeño, y sólo será un corto periodo, después todo mejora, y mejora mucho.

Mucha gente cree que no me gustan los perros, algo que no es cierto. Aparte de tener uno y haber tenido anteriormente, el hecho es que me parecen seres asombrosos. Muchas veces me quedo mirando como pasan, cogidos por la correa, con ese paso trotón y alegre tan característico. Por algún motivo que desconozco, muchos de ellos se me quedan mirando con expresión curiosa y divertida al pasar, como si me conocieran de forma instintiva.

Si, me gustan los perros, y quizá por ello no me acerco casi nunca a ninguno que no conozca, no porque vayan a morderme, si no que no quiero abordar su propio universo vital con mi presencia. Prefiero ser una figura junto a la que pasan en su paseo y dedican una fugaz mirada.

Así es. Soy de los que prefieren  tocar sólo a perros con los que tengo una conexión previa, y dejar pasar a los demás, aunque nunca percibo peligro en ninguno de ellos, los perros son buena gente.

Los paseos, las comidas, las siestas y las noches, entre otras cosas de la vida, se convierten junto a un perro en pequeños ratos de felicidad. Porque los perros, si hacen algo mejor que casi ningún otro ser vivo, es repartir alegría. Son una fuente inagotable de ella, con esa mirada suya en la que se funde el pasado con el presente y que podría contener los secretos del universo.

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